Una vez más, su padre, Zeus, decide ayudarle y pide colaboración a otros dioses. Por ejemplo, Atenea, diosa de la sabiduría y la guerra, le da un escudo pulido como un espejo; y Hermes, mensajero de los dioses, le presta unas sandalias aladas que le permiten volar. Otros personajes mitológicos le regalan un casco invisible y una espada. Con estas herramientas, Perseo atacó a las Gorgonas mientras dormían y, utilizando el escudo como espejo, evitó la mirada de Medusa, consiguiendo decapitarla. De la sangre de Medusa nace un caballo alado, Pegaso.
En su viaje de regreso a Sérifos, Perseo se encontró con Andrómeda, una princesa encadenada a una roca como sacrificio. Inmediatamente se enamoró de ella y, utilizando la cabeza de Medusa, petrificó al monstruo que la amenazaba y la liberó. Perseo y Andrómeda se desposaron y, juntos, continuaron el camino de nuestro protagonista.
Cuando llegó a casa descubrió que el rey no aceptaba que Dánae no quisiera casarse con él, por lo que Perseo fue a verle y le enseñó la cabeza de Medusa. Al mirarla, Polidectes se transformó en piedra.
Después de cumplir esta misión y vivir muchas otras aventuras, Perseo y Andrómeda fueron honrados por los dioses y ascendieron al cielo, donde se convirtieron en constelaciones cercanas.